Nunca había sucedido así. Nos fuimos en tres camiones escolares, de esos amarillos. Emocionados la jefa y sus equaces nos dividieron dentro de la escuela en tres filas. Originalmente la maestra Miroslava, bautizó estos grupos como 3 grandes productos mesoamericanos, maíz, haba y quelite, esa mañana se ve que estos tres nombres se quedaron papando moscas en el maizal, los clásicos, ordenados y ya bien conocidos 1, 2 y 3 estuvieron presentes.
En el camión 3 iban los capullos del jardín, las tiernas orugas, los más pequeñitos de Elhilar junto con sus parlanchinas madres y algunas de las maestras que riegan, podan, protegen, y acompañan a estos frágiles seres. En los camiones 2 y 3 iban los niños más grandes, en realidad no supe bien a bien cómo se dividieron, supongo que básicamente por edades. De no ser así hubiéramos tenido varias protestas infantiles acompañada de una inconformidad que seguramente vislumbró el equipo organizador de esta hazaña de evento.
Salimos por el ala oriente de San Bartolo Coatepec, rumbo a Huixquilucan, el camino pavimentado corre paralelo al cauce de los ríos que alimentan al que pasa frente a la escuela, ese que limpió esta comunidad y algunos oriundos en junio del año pasado. Pasamos por el cruce de Río Hondo y Rio Ajolotes. Es difícil creer que en este cruce, que por cierto, tiene un puente pequeño donde uno puede apreciar la caída del agua y no se diga escuchar el sonido del agua correr, hubiera ajolotes y que el volumen y profundidad del cauce hubiera sido lo que inspiró el nombre a este cuerpo de agua. Después pasamos por los poblados de el Obraje, el Venado, Dos Ríos, la Pera, Paraje el Pan hasta empezar la subida más empinada hacia Santa Cruz Ayotuxco. El camino fue ofreciendo paisajes verdes, cielos cargados de nubes y pequeñas casas de techos bajos. Cada kilómetro era más inspirador. Magueyes, perales, tejocotes, maizales, encinos, borregos, caballos, eran cada vez más presentes en el paisaje.
Hasta aquí los pasajeros íbamos haciendo bulla. Las orugas comían y compartían entre risas y sonrisas los sanos refrigerios que las madres habían diseñado para sopesar los momentos difíciles en la caminata a la milpa. Las mayores iban ejerciendo el conocido oficio del guiri guiri. El esfuerzo que evidenciaban los rugidos del camión 3 hizo que las mamas pusieran atentas las antenas y abrieran los ojos como platos para, en una de esas, aligerarse y que el camión no batallara tanto para subir. Por fin de paró, más de dos suspiraron otras aplicaron esa de: ¿patitas para qué las quiero? Y otras tantas: más vale aquí corrió que aquí quedó.
Salimos de la nave que nos llevó a Santa Cruz Ayotuxco, el olor complementaba la experiencia en zona rural, fue fácil dejarse atrapar por los perfumes ancestrales como el de la tierra mojada, las plantas verdes y el de troncos partidos. Un ligero aire mezcló los aromas y nos acarició las mejillas dándonos la bienvenida. Seguimos a mamá Florencia Roche, que se emprendió una pequeña subida a pie, más arriba se veía el maestro Fernando. Poco a poco como hormiguitas arcoíris, los niños iban pintando la subida de colores y la bulla crecía de tamaño. Más adelante nos estaban esperando erguidos, sonrientes, arropados la señora Mary y la señora Lupe, pásenle nos decían acompañado de un gesto con la mano que indicaba que siguiéramos el camino. En una pequeña terraza nos encontramos con tres cachorros blancos que yacían acurrucados en un cartón pegado a un muro de tabicón. Un niño pequeño juguetaba cerca de ellos, poco se interesó en el cabalgar de los extraños pasantes. Los tiernos caninos fueron la sensación de la subida. Empujados por las órdenes de las mayores, los niños curiosos, activos, sonrientes, continuaron ascendiendo hasta llegar a la explanada. Parecía un espacio común entre tres casas. Aquí paramos y el señor Rafa no ofreció pasar a su baño.
Hicimos la ronda, cantamos una bella canción de corte Waldorfiano, relacionada con San Miguel, la maestra Miroslava agradeció ampliamente a los anfitriones la oportunidad de suceder el evento de la cosecha en sus tierras y exhortó a la comunidad de Elhilar, a que disfrutáramos profundamente la oportunidad de estar en esas milpas. Acto seguido las damas de a corte nos dividieron otra vez en los afamados 1, 2 y 3 y a cada uno nos tocó seguir a uno de los amables, humildes, atentos y sonrientes terratenientes y expertos en esas milpas. Mary, Rafa y Sabina.
Seguimos a Rafa por el camino de abajo que en realidad subía y subía y subía. No tardamos muchos pasos en sentir la sombra de los encinos que nos refrescó las pendientes más divertidas y para algunos mas demandantes de esfuerzo y voluntad. El primer tramo de caminata fue de ajuste. Los niños frescos, espontáneos, tomando con confianza el camino húmedo, rocoso, resbaloso que se les ofrecía retaban la paciencia de las mamás que casi al unísono hablaban: cuidado, ven por acá, no rebases, camina así o asado. Como muchas veces en la vida después de unos metros entendimos que los maestros son los niños, seguidos de las confiadas, dominantes y sonrientes maestras y lejos, muy lejos los padres. Llegamos a las terrazas naturales donde se encuentran las milpas, los caminos estaban invadidos por hierbas que Rafa iba cortando con su afilado machete. Ahí nos presentó a la mazorca, que cortó, peló y despelucó en tres patadas. También nos presentó la caña del maíz, ese palito columna vertebral de la planta, tiene un jugo, regalo de quien corta y mastica la planta. Más adelante nos presentó a las habas, verdes y gorditas, ellas viven felices en una planta chaparrita debajo y junto al maíz. Así fuimos recorriendo tres milpas.
Recordamos que la cosecha del maíz tierno había sucedido unas semanas antes. Las mazorcas que quedaban eran las que esperaban ser secadas por el sol para después convertirse en protagonista de tantos otros usos del grano. Los niños conectaron rápido con el acto de cosechar y querían hacerlo solos. Querían cada uno su mazorca de granos morados, también querían poseer habas. Me pareció que más o menos cada niñito se llevó un recuerdo de esa milpa. Para descansar un poco nos sentamos en un terreno que descansó este ciclo de cosecha. Ahí compartimos y comimos las no tan pocas miserias que quedaban después de haber comido parte del lunch en el camión. Este es un momento que en lo particular disfruté mucho. Ofrecer lo que uno empacó y agradecer lo que el de junto ofrece.
El descanso fue la última actividad en la milpa. Bajamos a la terraza donde los familiares de los 3 guías nos esperaban con viandas que satisficieron los más exigentes paladares. El maíz convertido en tlacoyo, manjar de dioses, después de meses de respetuoso y arduo trabajo con el sagrado grano. Tlacoyos rellenos de requesón, frijol o haba; jardinería para poner encima, queso ralladito, su crema, el último y valiente paso era elegir salsa verde o roja. Para acompañar un champurrado calientito que también estaba para chuparse los dedos. Estos manjares los servimos en los platos y vasos que cada quien tuvo a bien llevar para evitar los desechables o dejarles trabajo innecesario a los amables anfitriones. Comimos, hasta quedar como gatos panzones lo que seguía en los deseos más terrenales era hacer una siesta en una hamaca, el reloj, chicotito de cualquier actividad extraescolar se manifestó imperativo, era hora de despedirnos de ese inolvidable lugar, del cielo azul de Santa Cruz Ayotuxco, de sus olores a tierra, despedirnos y agradecer a Rafa, Mary, Sabina y los otros 3 familiares que convirtieron esa mañana en unas horas de convivencia única, auténtica y deliciosa.
Bajamos, rodamos, nos despedimos de los cachorros que ya se habían cambiado de terraza, nos subimos a los camiones que nos correspondían. El poco glamour que nos acompañó esa mañana se había transformado en porte de experiencia: cabecitas sudadas, despeinadas, zapatos andados tierrosos, mejillas enrojecidas y ojitos caídos. Las mamás que llegamos con una mochila, no se por qué y como siempre, terminamos con varios bultos casi incargables. En nuestro camión algunas enriquecieron este momento de descanso con aromas de aceites esenciales y si te ponías atento podías tener la cátedra de ese aceitito.
A las 2:30 regresamos a Elhilar y así termina este texto que dejo como referencia de un día de cosecha, uno de los eventos de la escuela con más reto en cuanto a organización y logística. Gracias, gracias, gracias.
Por Brenda Rojas Zaldívar.
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