(Recomendado para niños de 2.5 a 4 años)
Había una vez cuatro duendecillos hermanos que vivían juntos en su cueva, en la roca que era su hogar. Tres de los hermanos duendecillos eran como tres gotas de agua: tenían el mismo aspecto, vestían igual y más todavía; a los tres les encantaba hacer mucho ruido. Con sus picos y sus martillos, trabajaban todo el día juntos, cavando para extraer cristales de roca y haciendo mucho ruido.
Uno era Hump-dunk y hacía así: hump, dunk, hump, dunk, hump, dunk.
Otro era Brink-à-brac y hacía así: brink-brink, brac, brink-brink, brac.
Y el tercero era Clinken-clank y hacía así: clinkety-clank, clinkety-clank, clinkety-clank.
Los tres juntos sonaban así:
hump, dunk, brink-brink, brac, clinkety-clank.
Había un cuarto duendecillo y éste era muy diferente de los otros tres. Tenía un aspecto diferente, se vestía de forma diferente y su trabajo era muy diferente. Se llamaba Rab-a-dab y su tarea consistía en frotar y en abrillantar los cristales en bruto que habían sido extraídos de la roca por sus hermanos.
¡A Rab-a-dab no le gustaba nada el ruido! Se sentaba en un rincón de la cueva con su paño de abrillantar y trabajaba tranquilamente. Frotaba y abrillantaba los cristales de roca hasta que relucían con una luz plateada. Siempre que sus hermanos estaban fuera durante un tiempo y todo estaba tranquilo en la cueva, Rab-a-dab estaba seguro de que podía oír cantar a las piedras.
Los cuatro hermanos duendecillos vivían juntos y trabajaban juntos en la cueva de la roca, que era su hogar. Pero para Rab-a-dab era muy difícil. Siempre estaba pidiendo a sus ruidosos hermanos: “Por favor, por favor, ¡no hagáis tanto ruido que me duelen los oídos!”
Pero a Hump-dunk, a Brink-à-brac y a Clinken-clank les encantaba hacer ruido. Y continuaban cavando, golpeando con sus martillos y haciendo ruido todo el día.
En una ocasión estaban los tres haciendo tanto ruido, que Rab-a-dab tuvo que dejar de trabajar, sentarse y taparse las orejas con las manos. Así que no pudo abrillantar más piedras en todo el día.
Al día siguiente, mientras los ruidos continuaban tan fuertes como antes, Rab-a-dab decidió que ya era suficiente.
“¡Cielos, oh, cielos!” exclamó. “¡No puedo soportarlo más, me duelen los oídos de tanto ruido!
Rab-a-dab recogió todos sus paños y todas sus piedras, lo colocó todo en un gran saco, se despidió de sus ruidosos hermanos y abandonó la cueva que había sido su hogar. Con su saco a cuestas se puso a buscar otro hogar en el que poder vivir y trabajar tranquilo y sin ruidos.
Desde entonces Rab-a-dab vive solo. Pero sus hermanos le visitan con frecuencia en su cueva tranquila y le traen nuevas piedras para que las abrillante. Y a veces él va a visitar a sus hermanos en su cueva ruidosa.
Cuando los tres hermanos van a visitar a Rab-a-dab, procuran estar tranquilos y cuando Rab-a-dab visita a sus hermanos trata de disfrutar de su alboroto. ¡Pero nunca se quedan mucho tiempo!
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